Cuando probé la primera cucharada, puse una cara un poco rara. Era una sensación y un sabor un poco raro.
Pero la segunda cucharada ya empecé a cogerle el gustillo y la verdad es que me encantó. Abría la boca cada vez que se acercaba la cuchara, y hasta la empujaba con mi mano para metermela a la boca.
Así dejé el plato al final. Me lo comí enterito. JA! Y mis papás que pensaban que sólo comería dos o tres cucharadas y luego me tendrían que dar el biberón.
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